El Heraldo

Reunificación

Andrés Felipe Solano reseña en su premiada novela un libro del escritor Lee Eung-Jun, La vida privada de la nación, donde se cuenta la historia de una Corea reunificada, “un nuevo país que se mueve entre la tiranía policial, la corrupción y el gobierno de facto del bajo mundo, comandado por los antiguos altos cargos comunistas convertidos en la cabeza de los clanes mafiosos, como pasó en la antigua URSS tras la caída del Muro de Berlín”. El mensaje de que nada bueno sale de la reunificación, refleja el temor de muchos surcoreanos que desconfían de la posibilidad de un solo país.  ¿Sucede igual en Colombia? ¿Realmente tememos que la democracia sea absorbida por el comunismo o tan solo desconfiamos, como Santander, que exista un solo país? Un país en el que todos tenemos iguales derechos y obligaciones, tal cual quedó en el Acuerdo y por el que votaré Sí este domingo.

El conflicto al que hoy se le pone punto final pudo haber muerto hace 52 años si la oligarquía de ese entonces hubiera cedido a su mayor pretensión: la apertura democrática, eso de tener voz y representatividad en un país en el que por siempre las decisiones y las oportunidades han pertenecido a una “minoría minoritaria”. La mezquindad, y no la envidia como algunos aseguran, es lo que más corre por las venas colombianas: la mezquindad que nos lleva a apoderarnos del más “mínimo milímetro” de tierra (de ahí a que nuestras calles y nuestras plazas sean tan pequeñas); la mezquindad que nos lleva a creer que los demás no pueden tener los mismos derechos que otros hemos ganado; la mezquindad que coadyuvó para que por más de medio siglo se perpetuara una guerra en la que nunca debieron de haber muerto más de medio millón de colombianos ni haberse gastado los billones de dólares que no se invirtieron en salud, infraestructura o educación.

Nadie conoce el futuro, salvo los brujos (que no existen pero los hay). No sabemos si las Farc cumplirán el Acuerdo; si más de seis mil de sus hombres se reincorporarán a la vida civil y solo entre el dos y cuatro por ciento seguirá dando bala en las selvas; si Timochenko será o no candidato a la Presidencia; si entregarán las armas y dejarán de traficar con coca. Nadie sabe qué sucederá a partir de hoy a las cinco de la tarde. Quizás no pase nada diferente a lo de siempre. Lo cierto es que las Farc, ahora sí de verdad, quedarán sin discurso: Colombia ha cedido la apertura democrática por la que, al menos en la retórica, tanto luchaban.

Hace poco Felipe González mencionó el Muro de Berlín para referirse a Colombia. Dijo que el Acuerdo en La Habana significa para el país lo mismo que la caída del Muro para las dos alemanias. Sergio Jaramillo amplió luego la idea: a partir de hoy la meta es unir a la Colombia urbana con la rural. Se quedó corto. La ambición debe ser hacer de Colombia territorio sin mezquindad en el que todos quepamos por igual, con los mismos derechos y la misma representatividad.

@sanchezbaute

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