Bohr y el plebiscito
Niels Bohr, la figura más sobresaliente de la física cuántica en la primera mitad del siglo XX, parece un personaje exótico para aportar algo a un plebiscito político, en otra época y en un país distante en todo sentido de su nativa Dinamarca. Sin embargo, su ‘principio de la complementariedad’ puede resultarnos tan útil hoy para nuestra actitud ciudadana como lo fuera para la mecánica cuántica. Condensémoslo así: a nivel subatómico, algunos fenómenos, como la luz y los electrones, se comportan a veces como ondas y a veces como partículas, siendo imposible observar ambos aspectos al mismo tiempo. El principio concebido por Bohr implica que el conocimiento de ese tipo de fenómenos está esencialmente incompleto hasta que las propiedades de ambos aspectos son cabalmente conocidas. Juntas presentan una descripción mucho más completa y real que cualquiera de las dos tomadas aisladamente.
El plebiscito, por sus opciones binarias, ha desembocado en que una alta porción de los que ya saben cómo van a votar en cualquier sentido –algunos desde antes de tener información sobre los acuerdos–, no quieren saber nada de los argumentos de quienes piensan lo contrario. Se prefiere acudir a la descalificación, el infundio, al chiste de mal gusto y la etiqueta gratuita; reduciendo la discusión a un concurso de oráculos que auguran tragedias o ríos de leche y miel a conveniencia en futuros inciertos. Los fenómenos subatómicos duales de Bohr pueden asimilarse al Sí y al No del momento político del país y todos los actores necesitamos tener la humildad y la honestidad intelectual de analizar los argumentos de ambas partes. Conocer la realidad completa es un deber ético, tanto como para los que no se han decidido como para los que sí; estos últimos solo corren el riesgo de morigerar sus radicalismos.
Pero hacer con juicio esa tarea no necesariamente facilita la decisión. La continuación del conflicto es indiscutiblemente mala y si llegásemos a la conclusión de que el acuerdo, en sus propios méritos, es bueno, la decisión por el Sí resultaría inobjetable. Pero la decisión se complica si concluimos que el acuerdo no es bueno, que el gobierno no logró convertir la victoria estratégica militar en una victoria política en la mesa de negociación, como es mi apreciación. Ante lo cual muchos tropezamos con una encrucijada familiar, puesto que con mayor frecuencia de la que quisiéramos nos vemos abocados a decidir entre dos cosas que no nos gustan. Eso sucede en la vida laboral, afectiva y de los negocios. Dado que el acuerdo en consideración es “el que es” y sobre el cual debemos pronunciarnos, resulta irrelevante pensar que es el mejor que hay, porque, siendo el único, también es lógicamente el peor que hay. Ante el dilema nos queda la opción de escoger entre dos escenarios riesgosos el que consideremos el “mal menor”, concepto existente desde que los hombres comenzaron a filosofar. Votar es un deber político. La mesa está puesta, escoja usted.
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